domingo, 19 de marzo de 2017

Dioses y horóscopos

"Qué ganas de creer en el horóscopo" pensé el otro día mientras me bañaba. "Ya que no creo en Dios, podría creer en los astros, el universo y todo eso". Y mirá que yo leo el mío cada vez que sale, capaz para fingir un poco de felicidad cuando dice que me va a ir bien, pero sabiendo, en el fondo, que si me va bien es casualidad. Quizá para tener algo en qué creer. ¿Por qué necesito algo en qué creer? "Yo creo en mí" reflexioné. Pero nah. Ni yo me la creo.

Parece que así somos. Necesitamos tener a alguien que nos diga qué hacer, cómo hacerlo, cuándo va a llegar lo que esperamos, si vamos bien, a dónde vamos. Un superior. Porque no somos capaces de creer en algo tan simple como nosotros mismos y nuestra capacidad.

¿Y si el Dios que inventamos nos confiesa que él no hace nada, que está sobrevalorado? Creemos en tantas pavadas, una más no nos hace nada. Nosotros estamos acá, en nuestras zapatillas. Tenemos el poder de avanzar y frenar. ¿Retroceder? ¿Para qué? Más camino, más experiencia. Y todo depende de nosotros. 

Cuando comiences a hacer, vas a empezar a creer.

miércoles, 8 de marzo de 2017

8M

Viva la quiero a ella
Con su manía de acariciar perritos en la calle
De tirarse en el piso planeando quedarse un rato largo con él
De alzar gatitos aunque le digamos que no se encariñe
De ponerse a llorar cada vez que los tiene que dejar
Con su costumbre de no preocuparse por ir cambiando sus gustos
De no esforzarse por esconder su opinión
De no perder la sensibilidad a pesar de ser tan fuerte
Porque todas somos un poco así
Todas somos un poco ella
Y nos queremos vivas pero, sobre todo, libres
Porque la opresión es sinónimo de asfixia, intolerancia, dominio, muerte
Porque a prueba y error se construye un movimiento, y nosotros ya tuvimos suficientes
Porque este día no es feliz, pero es nuestro
Y la revolución también

lunes, 6 de marzo de 2017

Reina

- ¿Tanto vas a tardar? Estuve una hora buscándote.
- Pasa que encontré a las chicas y...
- ¿Tanto vas a tardar? Dijiste que ibas al baño y volvías.
- Estaba con las chicas te digo, Daniela se sentía mal. Me quedé un toque con ellas y la sacamos a bailar un rat...
- ¿Sabés qué? Hace lo que quieras con tu vida.

 Y se fue. Volví con mis amigas. Lógico, sola me sentía perdida en esa fiesta. Un par de pibes trataron de invitarme a bailar con ellos, pero los rechacé. Si Ezequiel me veía -y seguramente aparecería por ahí buscándome nuevamente- iba a tener 16 problemas más. 

 Como lo preví, lo vi acercándose entre la gente. No me dio tiempo de sonreírle creyendo que el enojo se le había pasado.

- Te estoy buscando como un boludo hace una hora, Victoria.
- Ya te dije lo que pasó, me encontré a las chicas, me quedé un rato con ellas y fui a avisarte que estaba acá...
- HACE UNA HORA TE ESPERO EN EL MISMO LUGAR, VENGO Y TE ENCUENTRO ACÁ BAILANDO.
- NOS ACABAMOS DE CRUZAR, TE EXPLIQUÉ Y TE FUISTE, ¿QUÉ QUERÍAS QUE HAGA?
- ¿QUÉ DECÍS? TE ESTOY ESPERANDO HACE UNA HORA EN EL MISMO LUGAR, VICTORIA.
- EZEQUIEL, NO ME DIGAS QUE NO TE ACORDAS. DEJA DE ESCABIAR Y DESPUÉS HABLAMOS.

 La gente a nuestro alrededor, incluyendo mis amigas, nos miraba sin saber qué hacer.

- YO ESTOY RE BIEN. DECIME, ¿ESTO ES LO QUE QUERES? ¿JODA? HACELO PERO A MÍ NO ME ROMPAS MÁS LAS PELOTAS.

 La cara de enojo se le transformó en una mueca de llanto. Como lloran los hombres: con bronca y emoción. 60/40. Yo no entendía bien si estaba pasado de copas o si de verdad esa pelea era tan grave, pero mi cara también comenzó a hacer fuerza para no llorar.

- Eze, yo... no quiero eso, pero...

  No recuerdo si me dijo algo o me ganó el impulso, pero dí media vuelta y me dirigí al baño. Cuando iba subiendo las escaleras, me agarran del brazo.

- ¿Por qué me haces esto? Yo sigo mal por lo que pasó el sábado pasado. No sabés cómo estoy. Ahora me decís que vas al baño y no volves más, ¿qué queres que piense?

 Empatizo, porque ya lo viví. Sé que tiene razón y la causante de su desconfianza soy yo. Siento que una lágrima me recorre la cara. Es la culpa de sentirme culpable.

- Tenes razón. Perdoname. Te fui a buscar, pero tardé mucho. Yo te amo, en serio, y no volvería a arruinar esto.
- ...

 El silencio me demuestra que se tranquilizó, esta aflojando. Aprovecho la oportunidad para acercarme y darle un beso.

- Te amo...

Esa mirada triste, cargada de ganas de confiar en mí y de culpa por hacer tanto lío, me parte al medio. Nunca había estado del lado de la persona a la que no le podían creer. Siempre había sido la buena, la víctima, o de eso nos convencemos las mujeres (¿o solo yo?). Uso el abrazo que le doy como excusa para secarme las lágrimas con su remera sin que se dé cuenta, pero mis ojos de todas formas me delatan.

- Yo también te amo. Pero todavía estoy hecho pelota por lo del sábado. Perdón por esto, no sé cómo reaccionar, necesito tiempo.

 "Todo el que quieras" pienso. 

lunes, 16 de enero de 2017

Nos.

Los que nos preocupamos por algo que ya ocurrió.
Los que tememos a que pase de nuevo. 
Los que nos damos cuenta de lo que teníamos cuando lo perdemos. 
Los que, si no, no le prestábamos atención. 
Los que queremos que sea solo nuestro. 
Los que anhelamos que nos crean, pero mentimos. 
Los que hacemos lo que no nos gustaría que nos hagan. 
Los que, cuando nos lo hacen, sufrimos y reprochamos como si fuéramos los seres mas puros del universo. 
Los que pedimos pero no damos. 
Los que nos quejamos pero no buscamos soluciones.
Los que deseamos un te amo pero respondemos con un yo también
Los que esperamos un perdón que nunca sale de nosotros. 
Los que nos ponemos la careta del no me importa nada pero por dentro sufrimos. 
Los que no demostramos por miedo a que se vuelva realidad, cuando ya lo es.

Esos somos nosotros.

miércoles, 4 de enero de 2017

Crisis.

 Voy en auto. Llueve. En mis oídos suena Luna Herida, de Carajo. Como maneja mi viejo, no presto mucha atención al lugar. Miro por la ventana, pero sin ver. Esta abierta porque no me importa mojarme, quizás así me sienta un poco más viva. 

 Frenamos en un semáforo. Eso me hace volver en mí misma y darme cuenta de que estamos frente a una plaza. Darme cuenta de que estamos frente a la plaza a la que me acompañabas a esperar el bondi a las 22:00 en punto de la noche. La plaza en la que veíamos todos los domingos al pibe que iba a correr con su perro. Esa plaza que no llegamos a disfrutar más de una vez, cuando fuimos a tomar unos mates casi fríos a las 7 de la tarde porque yo insistí. La misma plaza que esta a la vuelta de la que, por un tiempo, fue tu casa. Y ahí me vienen a la mente recuerdos de todo tipo, pero trato de no pensarlos demasiado. En vano, si en mi cabeza ya se empezó a reproducir una película sobre cada cosa que hacíamos. Y es tan larga como las que mirábamos sólo hasta la mitad, porque no aguantábamos estar tan juntos y no hacer nada al respecto. Verbos terminados en -ar, -er, -ir. Verbos que ahora están en pretérito imperfecto (pero qué perfecto fue). Cosas que no tiene sentido nombrar porque no estas acá. Porque esos verbos jamás van a ser futuro.

 Te admiro porque, hasta no estando, seguís inspirándome. Y es una lástima, también con vos están mis ganas de escribir. No muy lejos, pero ya no me visitan. No soportaron mi dolor, mis quilombos, y acompañaron tu decisión.

 Cuando me doy cuenta, no es precisamente la lluvia la que me moja la cara.

 Suena Crisis, de Las Pastillas del Abuelo. Aumentan mis ganas de ahorcarme con el cable de los auriculares, pero no la cambio. Me gusta que la música coincida con el momento, aunque sea un momento de mierda.

 Llegamos. Reacciono justo para prestarle atención a la última frase del tema. "El tiempo nos dirá que así estuvo bien", canta Piti, y yo hago un esfuerzo por creerle.

sábado, 7 de mayo de 2016

Caras y caretas

 Una vez me tocó cruzarme con una persona muy rara, que mostraba su peor lado conmigo (y, a veces, eso me hacia sentir confiable) pero su mejor lado en las redes sociales. Por ahí suena de lo más normal, quizá es lo que hacemos la mayoría, solo que al hablar de su mejor lado me refiero a "caretear sentimientos" sin ningún tipo de escrúpulo. 

 "Sacate el feminismo de la cabeza" me dijo esta persona una vez. Estábamos en medio de una discusión que nada tenía que ver con el tema, al igual que mis palabras; de todas formas el contexto no es importante, ya que esta oración con cierto carácter impositivo dice mucho del sujeto que, en este caso, la escribió.

 No me considero feminista pero, si así fuera, ¿qué? El feminismo consiste en la lucha por igualar los derechos de hombres y mujeres, no en demostrar que uno es mejor que otro. Por lo tanto, a ellos no debería molestarles este movimiento ni nosotras deberíamos aprovecharlo para despreciar, degradar o subestimar al otro género. Entonces, sabiendo esto, ¿quién se atreve a decir -sin quedar mal- que le fastidia una revolución por nuestros merecidos derechos faltantes? Y más aún, ¿quién cree que puede ordenarnos qué pensar y qué sacar de nuestra cabeza? Nadie. En ocasiones, ni nosotros mismos.

 El motivo por el cuál estoy un poco indignada es el siguiente: esta misma persona, poco tiempo después, compartió en Facebook una publicación en la que un hombre describía lo que sentía respecto al temor que nota en las mujeres al preguntarles una dirección o al ser los únicos que caminan de noche por la misma vereda, y agregó "Ninguna mujer tiene que salir con miedo a la calle". De la forma más amable que pude le expresé mi cuestión, recordándole su frase, y la respuesta que recibí fue "No tengo ganas de explicar cosas en este momento". Tan simple como eso.

 Otra cosa que me molestó fue que, en el día de la mujer, este sujeto nos haya pedido perdón (públicamente, por supuesto) "en nombre de aquellos no saben ser hombres". Conociendo a este individuo puedo opinar y asegurar que no es la pareja más fiel que puedan tener; pero no viene al caso hablar de eso. Lo que me inquieta es la duda de por qué excluirse de ese grupo de hombres imperfectos. Al fin y al cabo, todos cometimos errores, ¿por qué intentar mantener una imagen de perfección cuando muchos sabemos quién sos?

 Sinceramente, me hubiese gustado exponerle lo anterior a esta persona en su misma publicación, pero me choqué con un problema: lo quiero. No sé si fue el miedo a hacerlo quedar mal públicamente o a armar una pelea más grande de la que tuvimos en privado, pero decidí minimizar el problema, fingir que no me importaba. Pasaron semanas y me sigue dando vueltas en la cabeza.

 Yo todavía no descubrí los por qué de estas acciones, pero alguien que pueda juntar coraje para enfrentarse a cierta persona especial y decirle lo que siente sin miedo, no debería quedarse callada. Quizá hasta pueda aclararle un par de cosas y cambiar su panorama. Claro que no se trata de hacer pensar a los demás igual que uno, sino de intercambiar ideas sin olvidarse del respeto mutuo.

viernes, 5 de febrero de 2016

Fumarse la realidad

 Mientras salía de esa casa, repleta de dudas e inseguridad, pensaba en que nada volvería a ser igual. 

 Con la mirada rota como el vidrio de una tienda que acababa de ser asaltada por décima vez, las mejillas empapadas en lluvia salada, un pucho en la mano y su cara ácida, imposible de camuflar, caminó entre la gente por esas cuadras que la conducían a la estación donde paraba el colectivo que la llevaría a su casa, pero su intención no era esa. No se le cruzó por la cabeza llegar a su hogar dos horas antes de lo habitual; sabía que iba a encontrarse con el interminable interrogatorio de su madre y era lo que menos quería. Entonces sólo caminó. 

 Sin rumbo fijo. Sin dar importancia a las caras que ponía la gente cuando se cruzaban con ella ni a los comentarios impertinentes que hacían. Lo único que sonaba en su cabeza eran sus palabras, las de él, y alguna canción triste para ambientar el momento. Era la escena de película que había querido protagonizar siempre, "pero en el cine se ve menos doloroso" pensó. Volvió a cruzar la calle sin mirar, con la esperanza de tener un poco de suerte. Nada. Seguía viva.

 Cuando se percató de haber caminado esas 5 o 6 cuadras -que parecían una eternidad-, sin haber pensado a dónde ir, para no llamar (más) la atención de la gente, rápidamente se sentó en un banco de la plaza que tenía frente a ella. Agarró el celular y le envió un mensaje a su amiga contándole lo que había pasado y dónde estaba ahora, probablemente porque pensó que moriría o algunas de esas cosas pesimistas propias de ella. 

 Antes de que pudiera correr la vista de la pantalla, ve lo que predecía con poca seguridad pero con muchas esperanzas: mensaje de él.
 "Perdón por el mal momento. Todo fue una confusión, ojalá puedas creerme. Te amo". 
"¿Podés venir a la plaza?" Preguntó ella; seca, fría, como nunca creyó que podría ser con él.
"No puedo ahora, no estoy bien y vos tampoco." Fue la respuesta que recibió después de 20 minutos de espera en ese banco. 

 Se contuvo de gritar su bronca a toda la gente que la rodeaba y se limitó a dejar escapar unas lágrimas en silencio. Pero estaba decidida a terminar con el dilema que se había abierto hace unos minutos, ese mismo día. Así que se levantó y, con la poca dignidad que sentía que le quedaba -y sin percibir lo valiente de su acto-, volvió a caminar esas 5 o 6 cuadras que parecían una eternidad, esta vez, en dirección contraria. Tenía pensado encender otro cigarrillo cuando esté a pocos metros para que la viera fumando; no sabía si se preocuparía, pero estaba segura de que le llamaría la atención, ya que no era un hábito común en ella. 

 Llegó a su puerta y, sin pensarlo, dió un golpe acompañado del grito no muy convencido de "¡Abrime!". Al instante escuchó su contestación: un relajado "¡Ahí voy!", como si se tratara de una visita que esperaba con anticipación.Tardo unos segundos... Le dio tiempo para ponerse de espaldas y apoyarse en el marco de la entrada, dejando ver el cigarrillo en su mano. "También muy de película" pensó. 

 La puerta se abrió. Escuchó un "pasá". Obedeció. Se sentó en el sillón, exactamente en la misma posición en la que estuvo hace 30 minutos más o menos, y él a su lado, mirándola. Hubo un silencio durante un tiempo que pudo haber sido un segundo o una hora, y que hubiese resultado incómodo en otro momento pero, en ese, le dió la oportunidad de pensar qué iba a decir, aunque no le salió una palabra. Entonces, su voz -la de él- rompió el mutismo. Lo mismo de hace 30 minutos. Lo mismo de hace 20 en el mensaje. Nada. Fue cuando decidió que era su turno, "Si me dijeras la verdad podría perdonarte, pero sé que me seguís mintiendo..." soltó. Sintió escalofríos al ver que él bajó la mirada y encendió el último pucho que le quedaba. Se auto-preguntó por qué tuvo que decir eso cuando ella se conocía a sí misma y sabía que, probablemente, no podría soportar la insoportable realidad. Pero, no obstante, insistió: "Por favor, decime la verdad". Tragó saliva inconscientemente, pero consciente del tsunami que se estaba formando en su estómago (y en sus ojos). Sus miradas se cruzaron y, ¿por fin? escuchó las palabras que comprendía que, lenta y cruelmente, iban a romperle el corazón: "Sí, te fallé otra vez".